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miércoles, 8 de julio de 2009

La nueva medicina del Dr. Hamer

Doctor Hamer, ¿qué le indujo a interesarse en el cáncer, y a cuestionarse las relaciones de causalidad entre el alma y las enfermedades?

Hasta 1978 no me había ocupado especialmente de ello. Era internista, es decir, especialista en medicina interna, y llevaba trabajando 15 años en clínicas universitarias (C.H.U.). Dirigí cursos durante cinco años, enseñando a estudiantes. Era un internista normal, tenía en mi haber varios años de práctica médica… Todo eso hasta 1978.

Luego sucedió algo terrible. Un loco furioso disparó su fusil, sin el menor motivo, contra mi hijo Dirk, que dormía sobre un barco. Fue un golpe imprevisto que me pilló totalmente desprevenido. Un golpe contra el que me sentí impotente y sin capacidad de reacción. En la vida corriente, los sucesos y conflictos normales no ocasionan sobre nosotros un choque tan brutal. Siempre tenemos ocasión de prepararnos un poco ante ellos; son lo que denominaríamos los conflictos ordinarios que solemos tener. Por el contrario, a los conflictos ante los que no tenemos preparación, y que provocan una violenta perturbación psíquica, un choque, les llamamos conflictos biológicos.

Fue así como en 1978 caí enfermo a causa de un conflicto biológico, un conflicto de pérdida, desarrollando un cáncer testicular. En aquellos momentos, como todavía nunca había enfermado de nada grave, aquello me hizo reflexionar. Pensé que, sin duda, aquel cáncer testicular debía estar relacionado, de una u otra manera, con la muerte de mi hijo.

Luego, tres años más tarde, en un clínica de cáncer ginecológico de la Universidad de Munich en la que era jefe de servicio de medicina interna, tuve ocasión de investigar si en mis pacientes del centro el mecanismo se había desarrollado exactamente de la misma forma que en mí. Es decir, si también ellas habían sufrido un choque conflictual. Descubrí que, efectivamente, en todas mis pacientes sin excepción se había producido un tal suceso-choque, a partir del cual habían tenido las manos frías y experimentado pérdida de peso, insomnio, etc. De manera que, tirando del hilo, se podía remontar hasta el choque inicial a partir del cual el cáncer debió producirse.

Por entonces esta opinión era hasta tal punto contraria a las tesis oficiales de la medicina escolar, que tan pronto expuse estas ideas a mis colegas se me colocó ante la disyuntiva de abandonar mi trabajo de clínica o retractarme.

¡Parece algo propio de la Edad Media! ¿Cómo reaccionó usted ante esta situación?

Bueno, cuando se es Frison no se puede abjurar, ya que ante la falta de argumentos que me refutasen hubiese debido abjurar de mis convicciones íntimas. Por lo tanto me fui. El despido me produjo un conflicto biológico o, más concretamente, una desvalorización violenta y brutal, lo recuerdo muy bien, ya que encontré monstruoso que se me pudiera echar de la clínica únicamente por haber realizado un descubrimiento científico fundamentado, nuevo e irrefutable. Además, nunca hubiese imaginado que eso fuese posible. Fue totalmente dramático, ya que hasta el último día pude examinar a mi paciente número 200, de manera que la Ley de Hierro del Cáncer casi vio la luz in extremis.

¿Podría explicarnos brevemente y de forma sencilla cuáles son los criterios esenciales de la Ley de Hierro del Cáncer?

La Ley de Hierro del Cáncer es una ley biológica. Conlleva tres criterios, el primero de los cuales se enuncia así:

  • Todo cáncer o enfermedad análoga al cáncer, se inicia con un S.D.H. (Síndrome Dirk Hamer), es decir, con un choque angustiante, extremadamente brutal y dramático, experimentado en soledad, que se manifiesta casi simultáneamente a tres niveles: psíquico, cerebral y orgánico.

Es el S.D.H., Síndrome de Dirk Hamer. Le denominé así porque el choque provocado por la muerte de mi hijo Dirk fue el origen de mi cáncer testicular. Luego, este Síndrome Dirk Hamer se convirtió en el eje, la columna vertebral de toda la Nueva Medicina. Así pues, en cada caso de enfermedad debemos intentar reconstruir escrupulosamente el Síndrome Dirk Hamer, con todos sus agentes y consecuencias.

Debemos retroceder hasta la situación específica de aquel momento. Es sólo a partir de aquella situación que podremos comprender por qué el problema ha constituido para alguien un conflicto biológico. Por qué razón fue tan dramático. Por qué el afectado estaba tan solo en aquellos momentos. Por qué nadie había podido compartirlo con él, y por qué el problema provocaba en él un conflicto activo. Es decir, que la persona en cuestión no podía escoger entre dos opciones que se le ofrecían o no tenía ninguna posibilidad de reaccionar ante el problema.

Un buen médico debe poder efectuar con igual eficiencia la identificación con un bebé -incluso un embrión-, con un viejo, una jovencita o un animal, y ser capaz de trasladarse hasta la situación que originó el Síndrome Dirk Hamer. Ese es el único medio que tiene para poder distinguir entre un problema -de los que tenemos a centenares- y un conflicto biológico.

La Ley de Hierro del Cáncer tiene además otros dos criterios, ¿no es cierto?

Sí. El segundo criterio se enuncia así:

  • En el momento de producirse el Síndrome Dirk Hamer, la forma del conflicto determina la localización cerebral del Foco de Hamer, así como la localización en el órgano del cáncer o del equivalente del cáncer.

En efecto, los conflictos no existen por sí mismos, sino que cada conflicto tiene una forma muy determinada que se define en el mismo instante del Síndrome Dirk Hamer. La forma del conflicto se genera por vía asociativa, es decir, por coordinación instintiva de ideas que generalmente escapa al filtro de nuestra razón.

Por ejemplo, tomemos un conflicto típico de agua o de líquido: un camión cisterna pierde todo su contenido en un accidente de circulación, o el coche de una cooperativa lechera vuelca y derrama en la calzada toda la leche. Se produce una asociación con el agua o líquido y, a partir de un conflicto biológico mentalmente relacionado con el agua, un conflicto de agua, un tipo específico de cáncer de riñón.

¡Eso significa pues que a cada forma de conflicto le corresponde un cáncer determinado, y un emplazamiento específico en el cerebro!

Sí. Existe un relé específico a nivel cerebral. En nuestro ejemplo de cáncer de riñón por conflicto de agua o líquido, en el mismo segundo de producirse el Síndrome Dirk Hamer se produce un cortocircuito en una localización predeterminada del cerebro que, según los casos, corresponderá al riñón derecho o izquierdo. Este cortocircuito puede ser fotografiado con ayuda de los escaners cerebrales. La zona cerebral toma el aspecto de círculos concéntricos, como en una diana o un estanque al que se ha arrojado una piedra.

Hasta ahora, este fenómeno ha sido siempre mal interpretado por los radiólogos, que lo diagnosticaban como fenómeno de origen artificial ocasionado por el propio aparato. La localización cerebral que presenta este tipo de alteración se denomina Foco de Hamer. No fui yo quien le dio tal nombre, sino mis detractores, haciendo burla de esos «cómicos Focos de Hamer» en las localizaciones descubiertas por mí.

¿Cómo se enuncia el tercer criterio de la Ley de Hierro del Cáncer?

A la evolución del conflicto le corresponde una evolución determinada del Foco de Hamer en el cerebro, y una evolución específica de un cáncer o de una enfermedad equivalente al cáncer en un órgano. Se puede resumir así:

  • El conflicto biológico tiene un triple impacto, casi simultáneo, a tres niveles: psíquico, cerebral y orgánico.

Es fácil de concebir y además se puede hacer la comprobación en el primer caso que se nos presente: la evolución del conflicto y, -llegado el caso-, de la enfermedad, es sincrónico en los tres niveles. En la medida en que el conflicto puede resolverse, constatamos que los cambios debidos a esta solución se producen sincrónicamente, es decir, en forma paralela en los tres niveles.

Se trata de la acción de un sistema predeterminado, en el sentido estrictamente científico, de manera que si se conoce uno de los niveles se pueden deducir limpiamente los otros dos. Es decir, que en último extremo tenemos un único organismo que podemos concebir a tres niveles pero que de hecho es uno solo.

He aquí un pequeño ejemplo. En mayo de 1991, tras una conferencia en Austria, cerca de Viena, un médico me presentó el escáner cerebral de uno de sus pacientes, rogándome que explicase a sus veinte colegas presentes -la mayoría radiólogos y especialistas de escaners cerebrales- lo que yo podía deducir a nivel orgánico y, correlativamente, a nivel psíquico. La información de que disponía era tan solo de uno de los tres niveles: el cerebral.

A partir del escáner cerebral diagnostiqué un carcinoma vesical en inicio de sangrado y en fase de curación; un antiguo carcinoma prostático; una diabetes; un antiguo carcinoma bronquial y una parálisis sensorial de una zona determinada del cuerpo, informando a la vez de los correspondientes conflictos. Ante lo cual, el médico se levantó y afirmó ante todos sus colegas: «¡Mi más sincera felicitación, Doctor Hamer! Los cinco diagnósticos son cinco aciertos. Es exactamente lo que tiene el paciente y lo que ha tenido. ¡Es fantástico!»

Uno de los radiólogos presentes comentó entonces: «A partir de hoy me he convencido de lo bien fundamentado de su método. En efecto, ¿cómo, sino, podría adivinar un carcinoma de la vejiga en inicio de sangrado? Yo mismo no había hallado nada remarcable en el escáner cerebral, pero ahora que nos ha mostrado los relés estoy dispuesto a ratificar seguidamente su diagnóstico».

Detengámonos un instante en el plano psíquico. ¿Cómo detectar que he sufrido un choque de este tipo, que desencadena a continuación la correspondiente enfermedad cancerosa? ¿Cómo se reconoce?

Hay criterios precisos que hacen que se distinga con facilidad de los problemas y conflictos normales con que nos enfrentamos cotidianamente.

Tras un Síndrome Dirk Hamer, el paciente se halla en un estado duradero de simpaticotonía, de estrés permanente, es decir, con pies y manos completamente fríos, sin apetito, adelgazando, sin poder dormir por la noche, sin poder pensar en otra cosa, de día como de noche, que en su conflicto. Este estado sólo cambia cuando el paciente ha resuelto su conflicto.

Así pues, y a diferencia de los conflictos y problemas normales, vemos que los pacientes que sufren estos conflictos biológicos mantienen un estrés permanente que presenta síntomas muy determinados, con lo que además del desarrollo del cáncer y del foco localizado en el cerebro, visible desde el primer momento, el paciente manifiesta síntomas psíquicos muy conocidos y definidos que no pueden pasar desapercibidos.

¿Qué sucede exactamente cuando se resuelve uno de estos conflictos biológicos?

Volvemos a ver síntomas muy manifiestos en el plano psíquico, cerebral y orgánico. En el plano psíquico, y a nivel vegetativo, vemos que el paciente deja repentinamente de reflexionar día y noche sobre su conflicto, recupera su ritmo normal de sueño y gana otra vez los kilos que había perdido en el transcurso de la fase simpaticotónica de conflicto activo. En contraposición, se siente decaído y fatigado, por lo que en ocasiones debe permanecer acostado.

Esto, lejos de ser el principio del fin, es un síntoma muy positivo. La duración de la fase de curación es variable ya que está en función del conflicto que la ha precedido y, en general, el paciente tarda en recuperarse tanto tiempo como ha durado el conflicto. En el punto culminante de la fase de curación, en el curso de la cual el cuerpo ha almacenado mucha agua, asistimos a una crisis epiléptica o epileptoide que se manifiesta, según cada enfermedad, a través de diversos síntomas. Tras esta crisis, el cuerpo elimina de nuevo el agua de los edemas y regresa lentamente a la normalidad. De igual manera el paciente se da cuenta de que va recuperando lentamente las fuerzas.

En el curso de la fase de curación, vemos paralelamente en el plano cerebralque el Foco de Hamer -que durante la fase activa del conflicto mantenía la configuración de una diana- se edematiza, es decir, se impregna de una sustancia colorante, y que los anillos visibles por escáner van desapareciendo, se difuminan, al tiempo que el relé cerebral se tumefacta por completo.

La crisis epiléptica o epileptoide mencionada anteriormente, y que de hecho es desencadenada por el cerebro, marca también allí el punto culminante del edema, es decir, el punto de reflexión y de retorno a la normalidad. En el transcurso de la segunda mitad de la fase de curación empieza a confluir en el cerebro el tejido conjuntivo cerebral inofensivo, denominado neuroglía, con el objetivo de reparar el Foco de Hamer. Este tejido conjuntivo, totalmente inofensivo y que en el escáner cerebral podemos colorear de blanco con un producto de contraste yodífero, ha sido a menudo y de forma errónea tomado por un tumor cerebral y extirpado por pura tontería. En efecto, dado que tras el nacimiento del ser humano las células cerebrales no pueden reproducirse a sí mismas, es imposible que existan auténticos tumores cerebrales.

En el plano orgánico, vemos ahora lo que hasta aquí era considerado como más importante, a saber: que el cáncer no progresa. Es decir, que a partir de la solución del conflicto -que nosotros llamamos conflictolisis- el cáncer se detiene y deja de proliferar.

Este es un descubrimiento extremadamente importante que, por así decir, programa de antemano la terapéutica del cáncer. También sobre el plano orgánico vemos igualmente procesos de reparación muy determinados que desde ahora examinaremos con más precisión. La crisis epiléptica se manifiesta también a nivel orgánico al mismo tiempo que los fenómenos correspondientes lo hacen en los otros dos niveles.

¿Podría describirnos qué es realmente una crisis epiléptica?

La crisis epiléptica es un proceso que ha ejercitado la naturaleza desde hace millones de años. Se desarrolla simultáneamente a tres niveles. El sentido y objetivo de esta crisis, que sobreviene en el punto culminante de la fase de curación, es el de retorno a la normalidad. Es lo que habitualmente denominamos un ataque de rampa, con rampas musculares que son una forma específica de crisis epilépticas, a saber, la que se desencadena tras la solución de un conflicto de motricidad.

Pero las crisis epileptoides, decir, parecidas a las crisis epilépticas, se producen en principio en todo tipo de enfermedades, si bien con diferencias según sean éstas. Para este importante fenómeno la naturaleza ha inventado -por así decir- un truco. En el punto medio de la fase de curación el paciente experimenta una recaída fisiológica de su conflicto, es decir, que cada paciente revive brevemente su conflicto, lo que por momentos le coloca en una fase de estrés: presenta manos frías, sudor frío generalizado y revive brevemente todos los síntomas de la actividad conflictual. El objetivo de todo ello es presionar y expulsar el edema cerebral para que el paciente pueda regresar a la normalidad. Una vez que la crisis epiléptica ha terminado el paciente vuelve a aumentar la temperatura corporal. Tras ello se sucede una pequeña fase de pérdida de orina.

Tras la crisis epiléptica el paciente se encamina de lleno a la normalización, lo que significa que una vez superada la crisis ya no volverá a producirse nada que pueda asustar o que sea grave. Hacia el final de la fase de curación se produce una gran fase de pérdida de flujo urinario en el transcurso de la cual el cuerpo elimina completamente el resto de los edemas.

El momento de peligro se sitúa inmediatamente al final de la crisis epiléptica o epileptoide, ya que es entonces cuando se descubre si la crisis epileptoide ha sido o no suficiente para eliminar el vapor. La crisis epiléptica más conocida es el infarto de miocardio y en la lista de crisis epileptoides más conocida es el infarto de miocardio, y en la lista de crisis epileptoides figuran preferentemente la embolia pulmonar, la crisis hepática o la supuesta crisis pneumónica. Para que en este retorno a la normalidad el cuerpo venza en los casos graves, es decir, cuando el conflicto ha durado mucho tiempo, le ayudamos con una fuerte inyección de cortisona. En los casos muy graves se puede ya administrar la cortisona de antemano.

¿Podría citarnos, como ejemplo, algunos conflictos típicos? Y lo que también sería interesante, ¿por qué se les denomina conflictos biológicos?

Les llamamos conflictos biológicos porque se explican desde un punto de vista ontogenético, se presentan de manera analógica tanto en el hombre como en el animal, y evolucionan igualmente de forma análoga en ambos. No tienen nada que ver con los problemas y conflictos con que nos enfrentamos habitualmente (los conflictos psico-intelectuales). Son conflictos de una calidad fundamentalmente diferentes, casos de perturbación, por así decir, previstos por la naturaleza en el programa arcaico de comportamiento grabado en nuestro cerebro.

Imaginamos que lo pensamos, pero en realidad el conflicto estalló ya en el intervalo de segundos por vía asociativa antes incluso de que hubiésemos empezado el acto de pensar. Por ejemplo, cuando un lobo arrebata a la madre su pequeña oveja, la madre desarrolla un conflicto madre-hijo tal como lo hace la madre humana. La madre oveja producirá un cáncer de mama en el mismo lado que la madre humana desarrolla el suyo, según sea diestra o zurda. El relé cerebral se halla en la misma localización en que en la madre humana se ubica el relé del comportamiento madre-hijo y, en caso de perturbación, el Foco de Hamer correspondiente al conflicto madre-hijo o al conflicto de nido. Es la misma localización donde, en la tetilla del niño pequeño, se localiza el relé para las relaciones niño-madre.

Todos nuestros conflictos biológicos pueden ser clasificados ontogenéticamente. Ontogenéticamente nosotros sabemos cuándo -es decir, en qué etapa de la evolución de las especies- los comportamientos específicos han sido desarrollados y registrados, de forma que no sólo existen correlaciones entre órganos y zonas cerebrales, sino también conflictos íntimamente ligados ontogenéticamente. Una vez más, todas las perturbaciones psíquicas relacionadas tienen relés vecinos en el cerebro y, ontogenéticamente hablando, son también vecinas a nivel orgánico, de manera que presentan la misma formación celular histológica. Es aprendiendo a considerar nuestro organismo desde un punto de vista ontogenético que descubrimos la prodigiosa organización de la naturaleza.


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